sadnessHuimos de la tristeza. La despreciamos, la aborrecemos, tratamos de soltarnos de ella lo antes posible como si de un virus letal se tratase, y cuán equivocados estamos cuando actuamos así.

En una sociedad donde parece que el ser feliz deba ser la normal, difícil podemos valorar a la tristeza positivamente, sin embargo, como emoción básica que es resulta imprescindible para nuestra supervivencia, así que ha llegado el momento de darle el lugar que merece, ¿no crees?

Gracias a la tristeza tendemos a:

Tomar consciencia de las cosas: nos permite tener un momento con nosotros mismos, a solas, para así poder analizar lo que está sucediendo en nuestro interior. La intensidad de la misma provoca que desconectemos de la racionalidad en relación a lo externo y nos centremos en nosotros, en lo que sentimos y en por qué creemos que lo sentimos. Hay que perder el miedo a conocernos, escucharnos, “¿cómo te sientes? ¿Cómo estás? ¿Qué te está queriendo decir esta emoción?”

Pedir ayuda: a veces se nos dificulta hacerlo, pero esta emoción hace sentir en nosotros una necesidad de afecto, apoyo, amparo… y nos facilita el camino para poder mostrar esta emocionalidad ante los demás y sentirnos reconfortados. Las personas que nos quieren o tienen una sensibilidad empática en relación a nuestro sentir, nos servirán de punto de apoyo racional en cuanto a valorar la situación desde diferentes perspectivas.

Resituarnos en la vida: la propia vulnerabilidad que se siente, que no debilidad, nos hace tomar consciencia del momento en el que nos encontramos, trascenderlo y dirigir nuestra vida hacia aquello que deseamos.

Desde esta perspectiva podemos afirmar que la tristeza promueve la felicidad, se necesitan mutuamente, si habéis visto la película animada Inside Out, lo refleja muy bien. No se puede vivir siempre feliz, muchas veces el paso previo a la felicidad está en la tristeza, es decir, en darnos cuenta que necesitamos cambiar algo en nosotros para sentirnos mejor. Por tanto, esta emoción básica, como el resto de emociones, cumple una función adaptativa.

Muchas veces, estamos más preparados para entender la tristeza de los demás, que la nuestra propia. Lo que indica que no nos conocemos lo suficiente, no nos aceptamos tal y como somos, con nuestras subidas y nuestras bajadas, y ahí es donde está el equilibrio emocional realmente, en saber asumir que tenemos momentos de todo.

La expresión más común cuando la tristeza hace acto de presencia es el lloro o llanto. Llorar es beneficioso para la salud. Al hacerlo se produce una liberación de adrenalina, hormona segregada en episodios de estrés, y noradrenalina, hormona que actúa como neurotransmisor que contrarresta el efecto de la adrenalina. La combinación de ambas produce una sensación de desahogo y tranquilidad, pudiendo llevarnos hasta el sueño tras un episodio intenso de llanto. De esto modo se favorece la sensación de bienestar posterior y se convierte en un aprendizaje excelente en cuanto a gestionarnos emocionalmente de una manera saludable.

No debemos confundir tristeza con depresión, la depresión vendría sustentada por una tristeza patológica y no por una adaptativa que es la que nos ocupa hoy.

Así que, perdamos el miedo a expresar como nos sentimos, como recomiendo en mi libro “Emociones expresadas, emociones superadas”. Nos ayudará a sentirnos mejor y favorecerá el entendimiento con nuestro entorno.

CIARA MOLINA
Psicóloga Emocional 
Máster en Dirección de Recursos Humanos
Sesiones y Cursos Online